En este periodo,
Francia intentó imponerse a las demás naciones del continente y constituyó el
más claro ejemplo de las monarquías absolutas. El reinado de Luis XIV apoyó su
autoridad en la idea de que gobernaba por mandato divino y, por tanto, era el
supremo soberano de toda la nación, lo que le permitió ejercer todos los poderes
sin limitación alguna: hacer leyes, impartir justicia, controlar la religión del
pueblo y promover la cultura, siempre y cuando no afectara los intereses del
Estado. Sus sucesores, Luis XV y Luis XVI, gobernaron con la misma idea durante
el siglo XVIII.
Hace unos
trescientos años se pensaba en Europa que las personas que no tenían instrucción
vivían en la ignorancia, como si vivieran a ciegas, en la oscuridad. En cambio
de una persona que tiene instrucción, que es culta y capaz de razonar
adecuadamente, se dice que es "ilustrada". La palabra ilustración quiere decir
"educación".
Las ideas de los
ilustrados ingleses se difundieron ampliamente en Francia. El barón de
Montesquieu, un escritor francés, publicó un libro llamado Del espíritu de
las leyes. En él aseguraba que el pueblo, y no los reyes, es el único que
tiene derecho a gobernar.
Otro pensador
francés, Juan Jacobo Rosseau, escribió El contrato social, libro en el
que presenta una organización social basada en un contrato entre las personas.
Esto quiere decir que todas las personas que vivieran en un determinado lugar
debían llegar a un acuerdo o contrato para definir qué estaba permitido y qué
estaba prohibido en la comunidad.
Rousseau y otros
escritores tuvieron la idea de reunir en una sola obra todo el conjunto de
conocimientos humanos, para apoyar su proyecto de educación.
A esta obra se
le conoce como La Enciclopedia; algunos de sus autores son (además de
Rousseau y Montesquieu) Diderot, D'Alembert y Voltaire,
quien también escribió El siglo de Luis XIV, un libro en el que expone
cuáles eran los problemas originados por el despotismo de los reyes
franceses.
Del hecho de que
todos los seres humanos pertenezcamos a la misma especie, los pensadores de la
Ilustración concluyeron que todas las personas son iguales, y que nadie tenía
por qué imponer a otros formas injustas de gobierno.
Dado que el
gobierno requiere necesariamente de leyes, los ilustrados afirmaron que estas
leyes debían establecerlas el pueblo de acuerdo con principios completamente
democráticos.
Muchos se
oponían a las ideas de los pensadores de la Ilustración, sobre todo en Francia,
donde los reyes afirmaban que el propio Dios los había autorizado para gobernar,
y que –en consecuencia– nadie debía interferir en su gobierno. A esta forma de
gobernar se le conoce como despotismo.
Los reyes
franceses cometían muchas injusticias contra el pueblo: a muchos los mantenían
en la esclavitud, y muchísimos más no tenían lo suficiente para
comer.
Por su parte,
los burgueses (comerciantes, industriales y banqueros) querían el
establecimiento de una monarquía constitucional, que además les permitiera
participar en el manejo del país. En los estados absolutistas el único que podía
decidir era el rey, y en Francia los únicos que podían ocupar cargos importantes
en el gobierno, en el ejército o en la Iglesia, eran los
nobles.
Cuando Luis XVI
subió al trono, en 1774, el país estaba en pésimas condiciones económicas. Las
causas de esta situación fueron el despilfarro de la corte, los gastos de la
guerra de los Siete Años y el apoyo que se le dio a los Estados Unidos de
Norteamérica para lograr su independencia.
Luis XVI intentó
resolver el problema nombrando a nuevos ministros de Hacienda, pero las medidas
que propusieron afectaban a las clases privilegiadas y por ello fueron
destituidos.
Para 1789 la
situación del pueblo francés era intolerable, ya que una racha de malas cosechas
y un invierno muy duro sumió aún más en la miseria a la población, ya de por sí
empobrecida.
Ante esta
situación de desigualdad social, económica y política, el tercer estado,
encabezado por los burgueses, solicitó que se convocara a los Estados Generales,
que era la asamblea de representantes de los tres estados y que no se habían
reunido desde 1614.
El rey accedió,
pues esperaba que estos representantes propusieran soluciones para los problemas
financieros del país. De este modo, el 5 de mayo de 1789 se inauguró la asamblea
de los Estados Generales.
Sin embargo, las
cosas no resultaron bien para nadie. Los tres estados querían una Constitución y
garantías para la libertad individual y el pensamiento.
Pero el tercer
estado quería la abolición de la monarquía absoluta, reformas en el gobierno y
la sociedad. El primer y el segundo estados no querían perder sus
privilegios.
Al no resolver
el conflicto que se generó, el tercer estado, que representaba a 96% de la
población, decidió separarse y se declaró Asamblea Nacional.
El clero los
apoyó y entonces el rey mandó cerrar el salón de actos. Los representantes
decidieron reunirse en un edificio llamado el Juego de Pelota y juraron no
separarse mientras no quedara establecida la Constitución del
Reino.
Más adelante, el
rey ordenó que el primer y segundo Estados se sumaran a los trabajos del
tercero.